viernes, 10 de julio de 2009

Carta a una señorita en París.


Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enteraría; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.
Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aun-que yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)
Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un click final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a Lavanda, en el fondo de un pozo tibio.
Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pudee me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.
Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.
Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.
De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)
Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.
Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.
No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.
Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡ Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vaina esperanza de que no sea verdad.
Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).
A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.
Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.
Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora - En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.
Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.
He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.

Texto Expositivo

MINISTERIO DE EDUCACIÓN Temas y Actividades
Servicio de Educación a Distancia
Lengua
3° año secundario

El texto expositivo. Funciones. Características.
Procedimientos. La organización de la información.
¿A qué llamamos texto expositivo?
Decimos que un texto es expositivo cuando tiene como función fundamental
informar, pero no es la única función esta de transmitir información. Un texto
expositivo no solo proporciona datos sino que además agrega explicaciones,
describe con ejemplos y analogías, con el fin de guiar y facilitar la comprensión
de determinado tema. Entonces, podemos decir que los textos expositivos
tienen diversas funciones:
· son informativos porque presentan datos o información sobre hechos,
fechas, personajes, teorías, etc.;
· son explicativos porque la información que brindan incorpora
especificaciones o explicaciones significativas sobre los datos que
aportan;
· son directivos porque funcionan como guía de la lectura, presentando
claves explícitas (introducciones, títulos, subtítulos, resúmenes) a lo
largo del texto. Estas claves permiten diferenciar las ideas o los
conceptos fundamentales de los que no lo son.
Los textos expositivos están presentes en todas las ciencias, tanto en las
físico-matemáticas y en las biológicas como en las sociales, ya que el objetivo
central de la ciencia es proporcionar explicaciones a los fenómenos
característicos de cada uno de sus campos. Obviamente, de acuerdo con la
ciencia de que se trate, variará la forma del texto expositivo. No tiene las
mismas características un texto sobre la estructura del átomo que uno sobre la
Revolución de Mayo.
Pero sin embargo, podemos decir que hay características comunes a este
tipo de texto. ¿Cuáles son esas características?
· predominan las oraciones enunciativas,
· se utiliza la tercera persona,
· los verbos de las ideas principales se conjugan en Modo Indicativo,
· el registro es formal,
Actividades
Vamos a trabajar con el siguiente texto expositivo.
Leelo atentamente:
Los flamencos son aves gregarias altamente especializadas, que habitan
sistemas salinos de donde obtienen su alimento (compuesto generalmente de
algas microscópicas e invertebrados) y materiales para desarrollar sus hábitos
reproductivos. Las tres especies de flamencos sudamericanos obtienen su
alimento desde el sedimento limoso del fondo de lagunas o espejos lacustres salinos
de salares. El pico del flamenco actúa como una bomba filtrante. El
agua y los sedimentos superficiales pasan a través de lamelas en las que
quedan depositadas las presas que ingieren. La alimentación consiste
principalmente en diferentes especies de algas diatomeas, pequeños
moluscos, crustáceos y larvas de algunos insectos. Para ingerir el alimento,
abren y cierran el pico constantemente produciendo un chasquido leve en el
agua, y luego levantan la cabeza como para ingerir lo retenido por el pico. En
ocasiones, se puede observar cierta agresividad entre los miembros de la
misma especie y frente a las otras especies cuando está buscando su
alimento, originada posiblemente por conflictos de territorialidad.
Omar Rocha, Los flamencos del altiplano boliviano. Alimentación.
Vamos a verificar si se cumplen las características de los textos expositivos.
1. Revisá si efectivamente todas las oraciones son enunciativas y si están
en tercera persona.
2. ¿Los verbos están en modo indicativo?
3. ¿Hay algún indicio de registro informal en el texto?
4. Hacé un listado de los términos técnicos o científicos que aparecen.
5. Completá la siguiente oración: el texto de los flamencos es expositivo
porque……………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………
…………………………………….................................................................
...................................................................................................................
Procedimientos de los textos expositivos
¿Qué procedimientos se utilizan en los textos expositivos? Vamos a ver
algunos que seguramente conocés muy bien y que vamos a ejemplificar con
textos que de físico-química y de biología. Estos son:
_ la definición,
_ la clasificación,
_ la comparación o analogía,
_ la ejemplificación.
Veamos cada uno:
_ La definición es un procedimiento habitual de los discursos expositivos,
ya que para explicar un objeto muchas veces es necesario definirlo
previamente. Una definición debe incluir el género y la diferencia
específica, es decir, la clase de objetos a la que pertenece lo definido, y
las características que lo diferencian de esa clase de objetos. Por
ejemplo, en la definición de Lápiz (instrumento de escritura formado por
una barra de grafito envuelta en madera) la primera parte (instrumento
de escritura...) es el género, y la segunda (... formado por una barra de
grafito envuelta en madera) es la diferencia específica.
Ejemplo:
En física, se llama materia a cualquier tipo de entidad física que es parte del
universo observable y es capaz de interaccionar con los aparatos de medida. Es
decir, es medible.
¿Cuál es el género y cuál es la diferencia específica en esta definición de
“materia”?
_ La clasificación, que consiste en una serie de definiciones relacionadas
entre sí.
Ejemplo:
Hay varias formas conocidas de materia, algunas de ellas están detalladas a
continuación:
Los sólidos se forman cuando las fuerzas de atracción entre moléculas individuales
son mayores que la energía que causa que se separen. Las moléculas individuales se
encierran en su posición y se quedan en su lugar sin poder moverse. Aunque los
átomos y moléculas de los sólidos se mantienen en movimiento, el movimiento se
limita a una energía vibracional y las moléculas individuales se mantienen fijas en su
lugar y vibran unas al lado de otras. En la medida en que la temperatura de un sólido
aumenta, la cantidad de vibración aumenta, pero el sólido mantiene su forma y
volumen, ya que las moléculas están encerradas en su lugar y no interactúan entre
sí.
Los líquidos se forman cuando la energía (generalmente en forma de calor) de un
sistema aumenta y la estructura rígida del estado sólido se rompe. Aunque en los
líquidos las moléculas pueden moverse y chocar entre sí, se mantienen
relativamente cerca, como en los sólidos.
En la medida en que la temperatura de un líquido aumenta, la cantidad de
movimiento de las moléculas individuales también aumenta. Como resultado, los
líquidos pueden “circular” para tomar la forma del recipiente que lo contiene, pero
no pueden ser fácilmente comprimidas porque las moléculas ya están muy unidas.
Por consiguiente, los líquidos tienen una forma indefinida, pero un volumen
definido.
Los gases se forman cuando la energía de un sistema excede a las fuerzas de
atracción entre moléculas. Así, las moléculas de gas interactúan poco,
ocasionalmente chocándose. En el estado gaseoso, las moléculas se mueven
rápidamente y son libres de circular en cualquier dirección. En la medida en que la
temperatura aumenta, la cantidad de movimiento de las moléculas individuales
aumenta. Los gases se expanden para llenar sus contenedores y tienen una densidad
baja. Debido a que las moléculas individuales están ampliamente separadas y
pueden circular libremente en el estado gaseoso, los gases pueden ser fácilmente
comprimidos, como suele ocurrir con los gases envasados.
El plasma es un estado que nos rodea, aunque lo experimentamos de forma
indirecta. El plasma es un gas ionizado, esto quiere decir que es una especie de gas
donde los átomos o las moléculas que lo componen han perdido parte de sus
electrones, o todos ellos. Así, el plasma es un estado parecido al gas, pero
compuesto por electrones, cationes (iones con carga positiva) y neutrones. En
muchos casos, el estado de plasma se genera por combustión.
¿Por qué decimos que las clasificaciones son una serie de definiciones
relacionadas entre sí?
En este ejemplo podemos ver que la clasificación tiene que ver con cómo se
dan en la materia, las relaciones entre las fuerzas de atracción de las
moléculas, su estado y la energía de separación.
_ La comparación o analogía que establece relación con otro objeto,
situación, etc. con el fin de facilitar la comprensión.
Ejemplo:
Cuando la célula debe movilizar solutos a través de la membrana en contra del
gradiente de concentración, utiliza proteínas de transporte que realizan esta tarea a
expensas del gasto de energía, en forma de ATP.
Estas proteínas generalmente son denominadas “bombas”, en analogía con las
bombas de agua que se utilizan, por ejemplo, para extraer agua desde las napas
subterráneas hasta los tanques de depósito, y que requieren de energía eléctrica
para su funcionamiento.
¿Cuál es la analogía que se establece?
¿Por qué podemos decir que facilita la comprensión?
_ La ejemplificación. Los ejemplos sirven para apoyar lo que se explica y
también facilitan la comprensión.
Ejemplo:
Maleabilidad. Propiedad que tienen algunos materiales para formar láminas muy
finas. El oro es un metal de una extraordinaria maleabilidad permitiendo láminas de
solo unas milésimas de milímetros. La plata y el cobre también son muy maleables,
así como la hojalata, que es una aleación de hierro y estaño.
Actividad
Vamos a trabajar con el siguiente texto sobre los moluscos:
Molusco (del lat. Molluscus, blando) Zool. Tipo o filum animal con aprox.
120.000 especies, perteneciente a los deteróstomos. Los moluscos tienen piel
blanda y sin protección, con frecuencia recubierta por la secreción del pliegue
del manto, la concha. Han desarrollado una forma especial en la parte inferior
del cuerpo, denominada pie, lo que permite que se desplacen arrastrándose.
Se divide en dos subtipos. Los anfineuros son más primitivos. Exclusivamente
marinos, están provistos de dos pares de cordones nerviosos, que atraviesan
el cuerpo y forman una especie de sistema nervioso en escalera triple por
medio de cordones conectivos. Las clases solenogastros, con 140 especies, y
placóforos, con más de 1.000 especies, pertenecen a este grupo. El segundo
subtipo, conchíferos, comprende aquellos moluscos provistos de verdaderas
conchas continuas. En él se distinguen cuatro clases: los gasterópodos, con
aprox. 85.0000 especies, los escafópodos, con aprox. 300 especies; los
bivalvos, con aprox. 25.000 especies y los cefalópodos, con aprox. 8.500
especies.
(Tomado de Enciclopedia Clarín, Tomo 17. Bs. As. 1999).
1. Señalá la definición de molusco.
2. Hacé un cuadro sinóptico que permita entender claramente cómo se
clasifican.
3. A este texto expositivo le faltan ejemplos sobre las especies de cada
tipo. Te pedimos que busques algunos y los incorpores al cuadro que
hiciste.