lunes, 10 de agosto de 2009

Una verdadera princesa (La princesa y el guisante)

Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero había de ser princesa de verdad. Atravesó, pues, el mundo entero para encontrar una; pero siempre había algún inconveniente. Verdad es que princesas había bastantes, pero no podía averiguar nunca si eran verdaderas princesas, siempre había algo sospechoso. Volvió muy afligido porque le hubiera gustado tanto tener una verdadera princesa...Una noche se levantó una terrible tempestad, relampagueaba y tronaba, la lluvia caía a torrentes, era verdaderamente espantoso. Llamaron entonces a la puerta del castillo, y el anciano rey fue a abrirla. Era una princesa. ¡Pero, Dios mío, cómo la habían puesto la lluvia y la tormenta! El agua chorreaba por sus cabellos y vestidos y la entraba por la punta de los zapatos y le salía por los talones, y ella decía que era una verdadera princesa.«¡Bueno, eso pronto lo sabremos!», pensó la vieja reina, y sin decir nada, fue al dormitorio, sacó todos los colchones de la cama y puso un guisante sobre el tablado. Luego tomó veinte colchones y los colocó sobre el guisante. y además veinte edredones encima de los colchones. Era ésta la cama en que debía dormir la princesa.A la mañana siguiente la preguntaron cómo había pasado la noche.—¡0h, malísimamente! —dijo la princesa—, ¡apenas he podido cerrar los ojos en toda la noche! ¡Dios sabe lo que había en mi cama! ¡He estado acostada sobre una cosa dura que tengo todo el cuerpo lleno de cardenales! ¡Es verdaderamente una desdicha!Eso probaba que era una verdadera princesa, puesto que a través de veinte colchones y de veinte edredones había sentido el guisante. Sólo una verdadera princesa podía ser tan delicada.Entonces el príncipe la tomó por esposa, porque sabía ahora que tenia una princesa de verdad, y el guisante lo llevaron al museo, en donde se puede ver todavía, a no ser que alguien se lo haya llevado.He aquí una historia verdadera.

El drama del desencantado

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.