Dos horas antes, la ansiedad me tenía en vilo.
Una hora antes, me bañé, me puse mi mejor perfume, mi pelo se ondulaba sin permiso y lo discipliné sin piedad a puro cepillo y secador. El corazón se me desbocaba.
Caminando de punta a punta del departamento logré que las manecillas del reloj corrieran más rápido, hasta alcanzar un horario digno de una mujer de mundo: tampoco podía llegar al bar quince minutos antes…eso haría que mis acciones llegaran a su piso.
Tome un taxi y diez minutos después, con mi mejor cara de indiferencia, estaba entrando. Allí estaba él y aunque no se parecía a su foto, lo reconocí de inmediato, lo supe al instante.
Nos saludamos un poco cohibidos y el tiempo se congeló: el reloj dejó de avanzar, cada segundo era una eternidad.
Un tímido -¿Vamos? - se escapó de mi garganta.
“…..y lo llevé por calles oscuras”, las más oscuras que pude encontrar.
Los sapos no se convierten en príncipes, ni siquiera en humanos, y no es cosa que te sorprendan en flagrante cita con un batracio.
Una hora antes, me bañé, me puse mi mejor perfume, mi pelo se ondulaba sin permiso y lo discipliné sin piedad a puro cepillo y secador. El corazón se me desbocaba.
Caminando de punta a punta del departamento logré que las manecillas del reloj corrieran más rápido, hasta alcanzar un horario digno de una mujer de mundo: tampoco podía llegar al bar quince minutos antes…eso haría que mis acciones llegaran a su piso.
Tome un taxi y diez minutos después, con mi mejor cara de indiferencia, estaba entrando. Allí estaba él y aunque no se parecía a su foto, lo reconocí de inmediato, lo supe al instante.
Nos saludamos un poco cohibidos y el tiempo se congeló: el reloj dejó de avanzar, cada segundo era una eternidad.
Un tímido -¿Vamos? - se escapó de mi garganta.
“…..y lo llevé por calles oscuras”, las más oscuras que pude encontrar.
Los sapos no se convierten en príncipes, ni siquiera en humanos, y no es cosa que te sorprendan en flagrante cita con un batracio.