lunes, 13 de julio de 2009

Huellas.


Cuando salíamos de la piletita infantil de la terraza, nos llamaban la atención nuestras huellas mojadas, que un sol calcinante borraba con rapidez del piso hirviente de la siesta.
El agua dibujaba los pies enteros de Gabriela en el suelo, pero sólo una leve luna menguante unía el contorno del talón y del metatarso en mis pisadas.
Antes de que mi amiga recurriera a su abuela, y sin ningún conocimiento de ortopedia a mis 5 años, yo intuía que mis pies no tenían nada de malo, a pesar de las mofas de Gabriela. Con esa confianza esperé la sentencia.
-Abuela, mirá las marcas que deja ella y mirá las mías. ¿No que las mías están bien y las de ella están mal?
-No, vos dejás el pie entero porque tenés pie plano.
Yo no sabía qué era eso. Pero no importaba, mis pisadas incompletas eran las buenas.
A veces, ya de grande, vuelvo a tener esa sensación, mezcla de alivio y humilde victoria cuando, después de una discusión, algo me confirma que yo no estaba equivocada.

12 de julio de 2009

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